por Mirella Machancoses
Finales de enero de 2025, y vuelo camino a Núremberg, a la feria del juguete más importante del mundo, y me siento al fin a compartir unas palabras con vosotras. Han sido unos meses duros que me han tenido muy desaparecida de por aquí. Primero, por mi trabajo nuevo de editora en Lúdilo editorial, y luego, por la DANA.
Llevaba tiempo con este artículo detrás de mi mente, con ganas de dejar salir mi experiencia de algún modo, de contar con este pequeño altavoz que he creado a lo largo de los años lo vivido, lo aprendido. Y no sé hacerlo de otro modo que hablando de rol, aunque sea tangencialmente.
Si os digo la verdad, no tengo muy claro que va a salir de aquí. Igual jamás lo acabe, o no os deje leerlo. Quien sabe. Aunque lo dudo. Quizá este sea mi artículo más personal, quizá haya quien lo vea fuera de lugar, no lo sé, ni me importa. Tengo que sacarlo.
Y es que… esto ya lo he vivido en el rol. O no.
Adendum: Aprovecho el artículo para deciros que el viernes 14, desde Roleros no Representativos lanzamos el bundle de apoyo a los damnificados, por favor, contribuid con lo que podáis. Sigue siendo necesario.
Adendum 2: Os iba a poner imágenes, pero he roto a llorar buscándolas, así que os las ahorro.
He vivido el apocalipsis, y he sobrevivido para contarlo.
29 de octubre de 2024. 18h. Salgo a la calle, mirando al cielo con preocupación. Hay alerta roja, pero en Paterna, donde trabajo, no llueve. El cielo se rompe por los rayos que lo cruzan como si se tratase de una película de catástrofes. Llevamos toda la tarde mirando las noticias: Utiel inundado, Chiva inundada, Picanya ya llevaba el barranco a tope. Pero no llueve, de momento no llueve. Nos repetíamos todas mentalmente. Quién nos iba a decir que, sin caer ni una gota, el apocalipsis iba a llegar.
Recuerdo conducir con miedo. El viento era aterrador. El sonido de los truenos ponía los pelos de punta. “Espero volver a casa antes de que comience a llover” me repetía. La luz de la gasolina se encendió, y decidí parar en la gasolinera de al lado de mi pueblo. Al día siguiente era mi cumpleaños y tenía que pasar a por el almuerzo para la empresa, no quería tener que poner gasolina también.
Gasolinera. Son las 18.30. La sensación de irrealidad sigue siendo tremenda. Mientras conecto el surtidor a mi coche, la luz se va. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha ido la luz si aún no llueve? Aún no llueve…
Retomo la marcha, hacia el interior del pueblo. Apenas unas manzanas para llegar a casa. Unas manzanas y un puente: el del barranco del Poyo. Y justo antes de que pueda cruzarlo, con el coche, la policía que iba delante de mí se cruza, impidiendo el paso. “¿Qué sucede?” Me pregunto mentalmente en unos instantes. “¿Tan mal va el barranco que no me van a dejar cruzar? No puede ser. Aún no llueve. No llueve”. Veo que la policía local sale del vehículo y mira hacia el barranco. Le cambia la cara. Sube al coche y arranca, dando media vuelta. Sin avisar ni hacer ningún gesto. Y al irse el coche: lo veo.
Un metro de agua, cañas y barro viniendo hacia mí. Hoy muero aquí, fue mi pensamiento. Por suerte, reaccioné rápido. Giré el coche 360º y arranqué. El barranco estaba desbordado. No podía volver a mi casa. Casi había muerto. Las lágrimas cubrían mis ojos, las manos temblando mientras llamaba a casa: “¿Dónde estáis? No salgáis. El barranco se ha desbordado en Vistabella.” Al otro lado, mi marido y mis hijos, la pequeña aún lactante.
Los coches seguían intentando pasar hacia el otro lado. La policía había acabado cortando el tráfico dos manzanas más hacia fuera. Ahí no llegará el agua, penábamos. Ilusos de nosotros. Ese coche de policía acabó empotrado a 200 metros del lugar.
Me fui a Valencia. Por si acaso. Menos mal. Llegué temblando a casa de mis padres. Los rayos seguían cayendo. La incertidumbre de no saber lo que había pasado. 19h, 19.30h… Llega un video: el barranco se ha llevado la pasarela de al lado de mi casa, por la que cada día llevábamos a mi hija a la guardería. El agua ha llegado a Masanasa, donde mi hermana está en una residencia de ancianos, viendo el agua subir. En Picanya ya se ha desbordado por ambos lados, Paiporta ya debe estar anegada.
Irrealidad, pegarse al móvil. El sinvivir. “Mi coche estaba ahí aparcado, ya no está, se lo ha llevado el agua” nos escribe mi hermana. “Subimos al primer piso, esperamos que sea suficiente” Fue lo último que supimos de ella en 24h. La angustia, la desesperación.
20.22. Suena la alarma en los móviles “Poneros a cubierto” ¿En serio? ¿Ahora? Hace dos horas que casi se me llevó la corriente. Hace un rato que flotan los coches, que mis vecinos ya habían muerto. Dos horas. Sin palabras. Sin responsabilidades políticas hasta ahora.
Esa noche me acostaba en mi cama de adolescente, con los pechos rezumando leche por la separación de la peque, con la sensación de que mi vida había cambiado, y no sabía bien ni cómo. Y no me podía imaginar cuánto.
Y amaneció el día 30 de octubre. Mi cumpleaños. Y los videos comenzaron a llegar. “No queda ni un puente” decían en el grupo de la clase de mi mayor. “Estamos aislados”. No podía creérmelo. El agua, el barro. El escenario de un apocalipsis que tantas veces había narrado era realidad, mi realidad.
No pude entrar al pueblo hasta el 31, cuando sacamos a los niños de allí, yéndonos a vivir con mis padres casi un mes. Mientras me acercaba con el coche, por el otro carril, familias enteras saliendo andando, con bebés en brazos, con todo lo que poseían en unas mochilas. Refugiados, como en la tele. Solo que ahora éramos nosotros. Mi gente, mis vecinos, mi familia. Delante de mí, un camión en el que ponía “ayuda humanitaria”. ¿Cuándo había pasado eso? ¿Cuándo nos habíamos convertido en un lugar de guerra? No fueron bombas, fue el barro. Un barro que casi tres meses después, seguimos viendo día a día.
Entre lo real y lo irreal
Podría seguir contando mi relato, en primera persona. Ver tu casa de portada de los telediarios nacionales. El ver como las escuelas de tus hijos están destruidas (mi pequeña da clases desde la semana pasada en la biblioteca el pueblo, la suya veremos cuando vuelve). Os podría hablar de los voluntarios, las palas, el patrimonio familiar perdido, los recuerdos rotos, la desesperanza. E igual lo hago más adelante. Pero ahora, ¿qué tiene que ver con el rol?
Pues os lo voy a contar ahora. Esto ya lo había vivido en el rol. Había hecho roles en vivos postapocalípcticos, había jugado Apocalypse World. Igual que durante la pandemia, de lo primero que pensamos es: “Esto mola más jugarlo que verlo”.
Y menos mal que fue localizado, que estábamos en un país capaz de ayudar (pese a lo inepto de algunos de nuestros políticos). Hemos avanzado mucho en poco tiempo, aunque todos desaríamos que fuese más y mejor. Pero, ¿y si hubiese sido global?
Seguiríamos aislados, con los puentes caídos, con saqueos, pero también con ayuda comunitaria. Lo mejor y peor del ser humano, tal y como nos gusta en el rol a los que disfrutamos de un buen drama… ¿Pero vivirlo? Vivirlo no se lo recomiendo a nadie.
Sigo viendo las casas caídas en frente de mi casa y el corazón se me encoge. Un grafiti en una de ellas reza “4,75m”, la altura del agua. Bien marcada, igual que lo veíamos en el centro de valencia sobre la Riada. Esta vez el río nuevo aguantó, y la capital se libró del barro. Menos mal. Solo nos ahogamos nosotros.
El otro día, Shadowlands Editorial me pidió que reescribiese mi introducción a “Calles Primigenias Valencia” para reflejar lo de la DANA. Fue tan duro o más de escribir que estas líneas. COnsicentemente decidí incluir una semilla de rol basada en la Riuà del 57, ilustrada con fotos de mi archivo familiar, sacadas por mi abuelo. Cuando las puse, quería ser un homenaje a ellos, al pasado. Ahora es un triste reflejo de mi propia realidad, y mi móvil tiene imágenes tanto o más dantescas que aquellos negativos en blanco y negro.
Aún no es momento, no puedo sentarme y escribir sobre eso. Justificarlo con algún Dios Primigenio, banalizarlo de algún modo. Aún es demasiado cercano. Aún tengo amigas sin casas, niñas sin colegio, un pueblo en obras luchando por recobrar la normalidad. Pero supongo que acabaremos haciéndolo. Porque jugar es la mejor manera de asumir lo sucedido. Pero aún no, es pronto.
Las consecuencias roleras de la DANA
Otra de las cosas que quería aprovechar y contaros es que la DANA también ha afectado a mi vida, y obra, rolera. Estuve más de seis semanas fuera de casa, viviendo de prestado, lo que paralizó todo. Corregir varios manuscritos que tenía pendientes de revisión editorial ya ha sido un reto. Escribir, imposible. Ni proyectos nuevos, ni mantener el blog. Pura supervivencia.
La DANA también han sufrido los proyectos presenciales. Ese mismo fin de semana tuvimos que cancelar nuestra presencia en Madrid, en Arkham Sueños y Presagios, una experiencia con Noviembre Nocturno de la que teníamos muchas ganas. Por suerte, podremos gozarla de nuevo pronto… manteneos atenta.
Y el golpe más grande, cuando llamamos a Molino Galán para asegurar que todo estaba bien par el pase de febrero de Velvet Dreams y… no. Todo el primer piso del molino, destruido, la carpa, arrasada. Aquello estaba inhabitable y tuvimos que cancelar y pasarlo al pase de noviembre. Por suerte, nuestras jugadoras son geniales y lo han entendido y nos han apoyado a muerte. Mil gracias por ello.
Si os soy sincera, menos mal. Nos quedaba mucho curro por delante y creo que hubiésemos colapsado intentando llegar a todo. Ahora hemos podido respirar, y lo retomamos ahora con todavía más ganas de trabajar en un proyecto que lleva 10 años rondándonos la mente, y que ahora con la muerte de Lynch todavía es más especial. ¡Nos vamos a Redhilll aún más fuertes!
Por lo demás, vamos a intentar tomarnos el año con tranquilidad. Todo esto nos pilló a mitad comprar un bajo en el pueblo (también destrozado), con los niños aún pequeños, con mi trabajo nuevo. Demasiado. Poco a poco, y sin dejar de crear, seguiremos con este gran proyecto que es Producciones Gorgona, que esperamos que tenga una sede en ese bajo que con tanta ilusión estábamos comprando. Pero nos va a costar un poco más de lo esperado, pero no pasada nada. El apocalipsis ha llegado y ha paado, y en esta nueva vida postapocalíptica, estamos aprendiendo muchas cosas. Así que paciencia.
Aquí seguimos, y no nos vamos.
Valencians, en peu alcem-se! Dice el himno y el lema de esta catástrofe. Y eso haremos.
Como siempre, si queréis contribuir a que este proyecto pueda seguir adelante, me podéis invitar a un café 😉
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